O también: Poseedores de bienes, singularmente inmuebles, en quienes se perpetúa el dominio por no poderlos enajenar ni transmitir.
Este cambio de propietarios, supuso en la práctica que algunos se enriquecieran fácilmente y acumularan grandes propiedades.
Además, quien adquiriese esos bienes procedentes de manos muertas podría perderlos; sólo se actuaba legalmente contra la persona había comprado o vendido, nunca contra la Iglesia.
La crítica ilustrada de la época del despotismo ilustrado dio paso a los primeros intentos de desamortización, que podrían quedarse en meros proyectos o dar lugar a cesiones autorizadas por el Papa o el clero local como contribución a los gastos de la corona habitualmente en situación financiera precaria.
No será hasta la Revolución liberal que el programa desamortizador se cumpla en toda su extensión, como ocurrió durante la Revolución francesa (1789) o el gobierno de Mendizábal (1835), en España.