Ingresó como aprendiz en el estudio de Andrea Sacchi, donde permanecería durante 22 años, y todavía después proseguirían su amistad.
Tras un breve regreso a su tierra natal, Maratta volvió a Roma en 1650 y fue presentado por el gobernador de Ancona, el cardenal Albrizio, al papa Alejandro VII, que le encargaría pinturas para iglesias romanas y para la catedral de Siena.
Su labor como fresquista incluye ciclos decorativos en Frascati (la Villa Falconieri) y en Roma (el Palacio Altieri).
Fallecidos Bernini y Pietro da Cortona, Maratta se convirtió en líder de la pintura romana.
Su faceta como grabador, aunque importante, parece limitarse a sus años juveniles, antes de 1660.
Su obra pictórica se singulariza por su aspecto sólido, sobrio y noble, contrapuesto al efectismo un tanto frívolo del barroco decorativo.
Sin embargo, se achaca a Maratta su gusto excesivo por los detalles accesorios, y cierta debilidad en el tratamiento de los paños.