En Madrid hizo amistad con el jienense Manuel Fernández Carpio, que se convertirá en su fiel amigo hasta su muerte.
Pinta mucho los alrededores de la capital española con auténtico espíritu plenairista y una fiebre creadora cercana a la enajenación, (detalles que acercan su imagen a la de un Van Gogh).
En 1881 se le premia un trabajo presentado en la Exposición Nacional, pero Fernández Carpio y su familia tuvieron que trasladarle a Matamorosa por problemas psiquicofísicos.
La Diputación Provincial le concedió una pensión que sirvió para abonar la estancia en el sanatorio.
Ese mismo año consiguió un nuevo premio en la Exposición Nacional de 1890.