Los autores discuten tal decisión, si se debía a no querer servir a la corona filipina o a la ambición de honras que su condición de segundo hijo jamás podría obtener en el reino.
Cuando la noticia llegó a Alemania, escribió el 12 de enero de 1641 a su hermano diciéndole que volvería al reino rápidamente.
Juan IV ordenó a los embajadores que usen todos los medios para la liberación de su hermano y pidió ayuda al papa Inocencio XII, sin éxito.
Eduardo, que no intervendría en la conjura, fue vendido a los españoles y acabó sufriendo las consecuencias de la Restauración.
La corte portuguesa se cubrió del mayor luto riguroso, pues en aquella época su figura había suscitado mucha simpatía entre los portugueses.