Sus obras se expusieron en algunas de las principales pinacotecas del mundo, dando a conocer a todos los ciudadanos la destreza que la artista tenía en la pintura, y aunque se fue despegando de las técnicas impresionistas para decantarse por los tonos claros influenciados por Degas, Eva Gonzalès es considerada una mujer impresionista debido a que comenzó sus primeros conocimientos bajo la técnica de su profesor Manet.
Tras un período de tres años, Chaplin fomentó en Eva Gonzalès su aptitud para dibujos al pastel, adquiriendo el afán por estos tonos.
Chaplin a pesar de su nueva regulación no estaba acostumbrado a pensar en las mujeres como artistas, sino como modelos y objetos hacia la mirada masculina, y probablemente Eva Gonzalès, no sería una excepción.
La influencia de Manet en su pintura es visible hasta 1872; después su estilo se vuelve más personal, especializándose en obras al pastel y tonalidades claras.
En 1869, Eva Gonzalès tomó una nueva dirección cuando conoció a Edouard Manet en la casa de Alfred Stevens, un pintor belga.
[2] Los críticos hablaban de Gonzalès como alguien que se dejaba manejar fácilmente por su instructor, Manet.
El dibujo es perfecto resaltando los detalles del traje y las calidades de las telas, la luz procedente de la izquierda resbala sobre el pequeño, produciendo un atractivo contraste de luces y sombras, situando la figura del soldadito en un espacio neutro en el que no existe diferenciación entre suelo y pared, como ya había hecho anteriormente Velázquez.
La crítica aceptable del público vendría motivada por la edad de la artista, que hasta ese momento solo tenía unos 20 años.
Además, el tema resultó sumamente atractivo para una sociedad que pronto se enzarzaría en la Guerra Franco-prusiana.
Aun así estuvo considerada parte del movimiento impresionista junto a sus coetáneas Mary Cassat y Berthe Morisot.
[6] Tras la muerte repentina, su marido Henri Guérard, su padre Emmanuel Gonzalès, y una amiga de la familia Léon Leenhoff, decidieron poner en venta sus obras en París.