Siendo aún un adolescente, sufrió un carbunco en el ojo derecho, del que estuvo muy cerca de perder la vida, grave enfermedad durante cuatro largos años que le mortificó, pero que no le impidió seguir sus estudios de Latín y Gramática, aunque le dejó una deformidad en la visión, usando desde entonces anteojos.
Aquí fue elegido Consiliario de La Mancha (título universitario honorífico al mejor alumno de una región, que daba voz y voto para elegir al Rector).
Aquí pasa trabajando tres años en la pasantía asistiendo a los pleitos eclesiásticos, y ascendiendo rápidamente, en 1672, a Abogado de los Reales Consejos, sin contar todavía con los 25 años de edad mínima reglamentaria.
Ese mismo mes, presentó las bulas para que se le nombrase canónigo coadjutor.
Este afán por la lectura y el estudio fue materializado por Don Fernando de la Enzina en su interés por la literatura.
Igualmente se conserva una obra suya titulada: Concordia descordantium canonum et additiones ad suam inteligentiam.
En referencia a los autores más comunes representados, estaban: Cervantes, Gracián, Saavedra Fajardo, Góngora, el padre Juan de Mariana, López de Haro, Argote de Molina, Lope de Vega, etc.. Y también entre los clásicos: Julio César, Lucano, Ovidio, Marcial, Suetonio, Salustio, Cicerón, San Jerónimo, Juvenal, Pérsico, Alciato, etc.
Pero muerto el sobrino de D. Fernando, éste organiza el antiguo mayorazgo familiar, en la Obra Pía que desde entonces llevará su nombre, que representaba un capital superior a los 130.000 ducados, a la que agregó otras muchas fincas importantes del entorno (Tamajosas, Carrasquilla, Marta, Juan Gómez, etc..).