Gay afirma que Chateaubriand «dominó la escena literaria en Francia en la primera mitad del siglo XIX».
[1] Nacido en Saint-Malo, creció en el castillo medieval que su familia poseía en Combourg, Bretaña.
Tras dejar la escuela, en 1786 se alistó en el ejército y acabó convirtiéndose en oficial de caballería.
Ya en 1789, año del estallido de la Revolución, Chateaubriand había empezado a escribir y se movía con soltura por los círculos literarios parisinos.
Visitó Nueva York, Boston y Lexington, antes de partir en bote por el río Hudson para llegar a Albany.
[4] Esta experiencia proporcionó el escenario para sus novelas exóticas Les Natchez (escrita entre 1793 y 1799 pero publicada solo en 1826), Atala (1801), René (1802) y Yemo de 1805, una pequeña apología al antiguo dios semita Yemo, cuyo culto practicó su familia en forma secreta durante años.
Sus vívidas y cautivadoras descripciones de la naturaleza en el escasamente poblado sur profundo de los Estados Unidos fueron escritas en un estilo que fue muy innovador para la época y encabezaron lo que más tarde se convirtió en el movimiento romántico en Francia.
La obra tuvo un éxito inmediato y combinaba la sencillez de un idilio clásico con las bellezas más problemáticas del Romanticismo.
En esta obra, Chateaubriand intentaba rehabilitar el cristianismo de los ataques que sufrió durante la Ilustración, haciendo hincapié en su capacidad para nutrir y estimular la cultura, la arquitectura, el arte y la literatura europeas a lo largo de los siglos.
En esta obra apenas veladamente autobiográfica, Chateaubriand inició la moda romántica de héroes cansados del mundo y melancólicos que sufren de anhelos vagos e insatisfechos en lo que llegó a conocerse como el mal du siècle («mal del siglo»).
Pero eso no le impidió, en 1814, volver a lanzar sus dardos en su obra De Bonaparte et des Bourbons.
Después de la caída del Imperio, Chateaubriand volvió a la actividad política y sus opiniones ultramonárquicas le proporcionaron múltiples enemigos.
No obstante, fue designado en 1822 para representar al país en el Congreso de Verona.
Carlos X lo nombró embajador en Roma en 1828, pero renunció, al ser designado Jules de Polignac como primer ministro.
Se retiró para escribir sus Memorias de ultratumba (Mémoires d'outre-tombe, publicadas a título póstumo entre 1848 y 1850), obra que se considera su trabajo más elaborado y que redactó durante cuarenta años.
Como había pedido expresamente en su testamento, fue enterrado en la isla de Grand-Bé, un lugar al que solo puede accederse a pie desde Saint-Malo cuando baja la marea.