Rudolf Wittkower le define como un pintor «solitario, tenso, extraño, místico, extático, grotesco, y sin relación con el curso triunfal de la escuela veneciana» desde 1710 en adelante.
Buen ejemplo de esa colaboración es el Cristo servido por los ángeles propiedad del Museo del Prado (hacia 1705), en el que Peruzzini hace gala de sus dotes de paisajista y Magnasco añade con su personal estilo las pequeñas figuras nerviosas y ligeramente alargadas al escenario boscoso creado por el primero.
[4] O el algo posterior Paisaje con la tentación de Cristo del LACMA,[5] aunque en este caso reducidas las figuras, por sujeción al relato evangélico, a las de Cristo y el demonio.
Una colaboración semejante, en la que siempre Magnasco se encargaba de las figuras, estableció en Milán ya en 1698, principalmente con Clemente Spera (1661-1742), un pintor especializado en arquitecturas y ruinas,[6] y con otros pintores paisajistas, como Marco Ricci (1676-1730), presumiblemene discípulo de Peruzzini en Milán,[7] o en Florencia con Crescenzio Onofri (1634-1714).
Sus motivos, tras abandonar prácticamente el retrato al que se había dedicado en sus primeros años, tratan a menudo temas inusuales, tales como servicios en una sinagoga, reuniones de cuáqueros o de ladrones, catástrofes e interrogatorios inquisitoriales.