Principio de individuación

Las filosofías que en cambio sólo ven realidad en las formas concretas e individuales, eluden la cuestión de la individuación pero tropiezan inevitablemente con otra, que consiste en explicar cómo y por qué nunca percibimos lo concreto sino en el seno de lo universal, la pluralidad conteniendo la unficación de las cosas en categorías universales como los conceptos y las generalizaciones (ser humano o persona, vaca o perro, sucesión o propiedad de una cosa son abstracciones, conceptos o géneros).

En su escrito Über das Individuationsprinzip (Sobre el principio de individuación, 1663), discutía con las concepciones precedentes y mostró que únicamente los nominalistas señalaban la vía correcta, mientras que todos los demás intentos de solucionar el problema no resistían la crítica.

Su principio, pues, rezaba: Después de que la problemática en torno al principio de individuación, por lo menos bajo este término, hubiera quedado desplazada y olvidada, Schopenhauer recuperó, en su obra El mundo como voluntad y representación (1818), el principium individuationis desde un nuevo enfoque.

[3]​ De este modo, Kant devolvía a la intuición o percepción las prerrogativas que el intelectualismo leibniziano le había quitado.

Siguiendo esta idea, Schopenhauer recupera el término escolástico del principium individuationis para designar precisamente a esas dos formas puras que condicionan todo el mundo intuitivo (fenoménico).

Tal como lo expone el intérprete Alexis Philonenko: En efecto, la virtud por excelencia en el sistema ético schopenhaueriano, la piedad o compasión (Mitleid), consiste precisamente en la capacidad de ver más allá del principio de individuación, aquel que nos presenta como diferentes y radicalmente separados.