Cuando los jefes y sacerdotes paganos emprendieron la persecución de los cristianos, Saba abiertamente confesó su fe, negándose a probar la comida de los sacrificios paganos.
Según la leyenda, cuando a él y al sacerdote les ofrecieron probar la carne de sacrificio pagano, prometiendo soltarles, si lo hacían, el cura Sapsal respondió «mejor que nos crucifiquen que probemos la carne dañada por diablos».
Y Sava preguntó quién les había mandado la carne.
Los verdugos dejaron su cuerpo a la orilla donde fue recuperado por otros cristianos.
Más tarde uno de los caudillos escitas, Junio Sarán, trasladó las reliquias del santo a Capadocia, donde fueron recibidas por san Basilio el Grande.