En cualquier caso ya había pasado al poder castellano antes del otoño de 1155, momento en el que el citado rey conquistó Santa Eufemia.
Obviamente, y en cuanto que una parte de los pastores que tradicionalmente se han contratado para las labores ganaderas procedían de Extremadura, también, aunque en menor medida, puede atisbarse una ligera influencia extremeña, si bien limitada a ciertos ámbitos muy concretos, como el folclórico y el gastronómico.
En ningún caso esta influencia se ha extendido a otros aspectos, como el de la lengua: en Alamillo no hay rastros del tono típico extremeño (que alarga las últimas sílabas de la frase), del uso de los diminutivos acabados en "-ino" o del yeísmo reilante (sí en otros pueblos como Almadén o Chillón); tampoco (como sí ocurre, por ejemplo, en Guadalmez; y ello es también un rasgo del andaluz) se produce la aspiración de la hache inicial, ni se aspira la jota inicial, ni desaparece sistemáticamente toda consonante final ("comé", por comer).
Existentes como tales la mayoría de estas ventas hasta los años cincuenta del pasado siglo, son celebérrimas las citadas por nuestros autores de los siglo XVI y XVII.
Ateniéndonos a las fuentes conocidas, puede conjeturarse que con toda probabilidad había población al menos en los inicios del siglo XVI, pues son las Relaciones Topográficas de Felipe II (remitidas al rey en julio de 1578) el primer documento en el que consta la existencia de Alamillo como población, constando a la sazón en ese año con 13 vecinos (unas 50 personas).
Ni siquiera, aunque se admitiera la existencia de un personaje real apellidado "Chicharro" (que a buen seguro existió, pues en el pueblo hay una vía pública denominada "Callejón de Chicharro"), podría atribuírsele al mismo el citado asentamiento, y ello sencillamente (entre otras razones) porque indudablemente existiría documentación al respecto.
Curso abajo, el arroyo toma el nombre de El Saladillo y desemboca en el río Guadalmez.