Santa Ana Amanalco es el nombre que se le dio antes de la fundación del pueblo San Luis Amatitlán, y esto significa, nombre también derivado del náhuatl, estanque de agua o jagüey: “amanalli”, porque había manantiales que eran el orgullo de los pobladores; algunos de éstos eran “San Francisco”, “San Vicente”, “De la Pintora”, “Sanguijuela”, "Del Carnero” y “Santa Lucía”.
Hoy, la gran historia de Amatitlán ha quedado sepultada; los manantiales que abastecían de agua fresca y cristalina a la comunidad fueron entubados desde hace medio siglo; lo que era “El lugar donde abundan los amates”, hoy debiera ser “Lugar donde desaparecieron los amates”, porque solamente hay tres en el poblado, y no están a la vista.
El asfalto en casi todo el poblado es deprimente; aseguran los comerciantes de las calles La Estación y Del Arco que no se reencarpeta desde que Estrada Cajigal era gobernador; el alumbrado público no es pésimo (excepto en la avenida Plan de Ayala).
Notorio es que en el poblado no existe una escuela secundaria, y los jóvenes tienen que alistarse en poblaciones cercanas, aunque existen predios para construir una.
Dicen vecinos que estas campanas fueron calladas porque un fraile franciscano se desplomó desde la parte más alta, a unos 50 metros de altura, y cayó sobre la acera; sin embargo, el padre Jesús, actual párroco de San Luis Obispo, asegura que han sido varios los frailes caídos, pero solo son leyendas; sin embargo, las consentidas del pueblo, las señoras Antonieta, Bertha y Rita (la mera cocinera), nietas del general Antonio Silva Reyes, zapatista, dicen que el que se cayó fue su primo Víctor, alias “El Papatla”, pero no murió.