Ana Orantes

Trece días después de su testimonio en televisión fue quemada viva por su excónyuge[2]​en venganza por haberle puesto públicamente en evidencia.

Su asesinato causó verdadera conmoción en la opinión pública, y fue el detonante para que el Gobierno anunciase la reforma del Código Penal en esta materia y para que se intensificara la campaña oficial instando a las víctimas a denunciar su caso.

[6]​ Al poco de su primer encuentro, aceptó iniciar un romance con Parejo para darle celos a un antiguo novio.

Con tal fin, Parejo aceleró su casamiento con Orantes, amenazándola con difundir rumores sobre ella si se negaba.

Al escucharla gritar, su suegro José Parejo[5]​ entró corriendo en la habitación preguntando que había ocurrido.

[7]​ Ana Orantes vivió cuatro décadas subyugada a un marido alcohólico y agresivo.

Durante un tiempo, Parejo, quien había trabajado en un taller junto a su padre y más adelante como albañil,[13]​ perdió su empleo y fue su mujer quien se encargó de sostener económicamente a la familia abriendo al público una tienda de ultramarinos.

Ésta, en un desesperado arrebato por evitarlo, intentó sin éxito quitarse la vida ingiriendo un bote de pastillas.

[7]​ De forma parecida, Ana Orantes experimentó algunas tentativas suicidas, como tragar masivamente comprimidos, permanecer semanas acostada en cama sin querer comer o abalanzarse a una piscina a sabiendas de que no sabía nadar.

[7]​ Los celos infundados de su cónyuge fueron otra motivación para ensañarse a golpes con ella.

Cuando finalmente madre e hijo volvieron por la tarde al domicilio familiar, su furioso marido no creyó la explicación que ella le dio sobre su ausencia, por lo que arremetió con violencia contra ella delante de todos sus hijos.

[6]​ Tampoco podía solicitar el divorcio, ya que no sería legal hasta 1981.

[7]​ Alrededor de 1972, Orantes decidió querellarse contra su marido, llegando a hacerlo hasta quince veces.

[15]​ «Esas son peleas normales en la familia», sería la típica respuesta que la agredida escuchaba por parte de la Guardia Civil.

La residencia tenía como entrada un espacio común para las dos partes en forma de patio.

[9]​ Tiempo después, Parejo conoció a otra mujer y se ausentaba temporalmente de allí.

[6]​ Orantes y su hijo quisieron comprarle el apartamento que ocupaba, pero fracasaron las negociaciones.

[5]​ Entre las 13:45 y 14:35, Parejo, desde su piso inferior del inmueble, vigiló la llegada de Orantes al mismo, caminando a través del jardín comunal para subir a su piso superior, y así descargar las bolsas que acarreaba de la compra.

Al rociárselo, éste se derramó sobre la espalda de Ana Orantes, mojando su ropa.

A continuación, Parejo le acercó un mechero encendido, iniciándose una rápida combustión que ocasionó la caída al suelo de su exmujer ya envuelta en llamas, perdiendo la consciencia y desplomándose en posición lateral izquierda.

[16]​ Cuando la Guardia Civil arribó y apagó el fuego sobre Ana Orantes, ya no se pudo hacer nada por salvarla.

[18]​ La autoridad policial activó un protocolo de busca y captura para detener al asesino, que se había dado a la fuga, aunque inicialmente se había dirigido al cuartel de la Guardia Civil en Las Gabias, encontrándolo cerrado.

En contraste, su defensa abogó por su absolución o, como máximo, una encarcelamiento de tres años por un homicidio consumado bajo un trastorno mental transitorio.

El fallo admitió como atenuante su confesión del crimen ante las autoridades policiales poco después de cometerlo.

[19]​[20]​ A comienzos de 2004, el condenado instó a la prisión de Albolote, en donde efectuaba su sentencia, la libertad provisional, pero le fue denegada en marzo del mismo año para prevenir la probable alarma social que suscitase.

[42]​ Incluso la propia Orantes, durante su confesión televisada, diría «Yo he estado cuarenta años como esta señora»,[7]​ —aludiendo a otra invitada, sentada a su lado, que había desvelado en el plató un drama similar al suyo antes que ella—.

[5]​ Ningún hijo estuvo presente durante la ejecución del crimen, fue una nieta quien descubrió el delito ya cometido.