Las ánforas fueron, por un lado, muy utilizadas en la antigüedad, ya que eran «el recipiente por excelencia para el transporte de aceites, vinos, salmueras, pescados y otras preparaciones».
A través del análisis químico, es posible encontrar su lugar de fabricación.
A las formas de ánfora hay que añadir otros elementos tipológicos: sellos, llamados sellos anfóricos, impresos en la arcilla antes de la cocción o grabados o marcas pintadas.
La gran mayoría de estas ánforas tardías se utilizaron para contener vino, su estudio atestigua el dinamismo de este comercio en esa época y su organización en torno a Constantinopla y el comercio marítimo.
La Tabla de Dressel,[3] sigue siendo ampliamente válida hoy en día, aunque desde entonces se han establecido muchas otras nomenclaturas complementarias.
[4][5] Esta tipología se complementa con otra conocida serie tipológica del catalán-español Ricard Pascual i Guasch, que estudió las ánforas de la provincia de Tarragona y describía el tipo Pascual.
En este sello se puede encontrar información variada: el origen del ánfora, nombres propios, símbolos o emblemas, el mes y el año, la magistratura.
Han sido objeto de publicaciones que los enumeran, según normas precisas, para permitir su estudio.
Más recientemente, la anforología griega ha avanzado considerablemente gracias a las investigaciones realizadas en los talleres que produjeron las ánforas, prestando especial atención al estudio de sus «vertederos» —lugares donde se eliminaban los desechos—, ya que estos ofrecen una visión exhaustiva de su producción.