El antiespañolismo en México se apuntala en ideas básicas que para el historiador Marco Antonio Landavazo se sintetizan en la interpretación de la conquista como genocidio, la identificación de un carácter intrínsecamente perverso en los españoles, y, por ende, la necesidad del exterminio y expulsión del «gachupín».
[3] Así, ya hacia las alturas de 1810, un prócer como el cura Miguel Hidalgo señalaba a los españoles como «hombres desnaturalizados» movidos por su «sórdida avaricia» y cuyo dios era el dinero.
[5] El sentimiento antiespañol adquirió ímpetu en la esfera pública hacia el final de la década de 1820, con decretos en 1827 y 1829 instando a la expulsión de todos los peninsulares residentes en México.
[6] En el contexto de un crecimiento del nacionalismo mexicano, la preponderancia de los propietarios y mercaderes españoles en Guerrero condujo a milicias mulatas a asesinar a varios mercaderes españoles en 1827 y 1828.
[5] Dos años después se firmaría el Tratado definitivo de paz y amistad entre México y España.