Son justamente estas nubes generadas a raíz de las actividades humanas las que se denominan antroponubes.
El uso de combustibles fósiles favorece que se den las tres condiciones anteriores.
El nombre científico de cada nube es en latín, y existen diez géneros básicos, los cuales se diferencian a partir de su forma, color y altura.
Así, por ejemplo, un Cúmulus que sea originado por una actividad humana debe designarse como Anthropocúmulus.
Volviendo al ejemplo anterior, un cúmulo que normalmente se indica con la abreviatura Cu, habrá anotarlo como aCu cuando sea originado por una actividad humana.
Cuando el aire es seco y estable las partículas que forman las antroponubes altas se evaporan con rapidez y sólo se observan a unos cientos de metros de la cola del avión.
Por un lado, está lo suficientemente arriba, para no recibir casi influencias de las actividades industriales o agrícolas que se desarrollan en la superficie terrestre.
Otras veces el aire cálido y húmedo procedente de alguna planta energética o industria origina una corriente convectiva que al alcanzar el nivel de condensación forma una nube antrópica de aspecto cumuliforme más o menos desarrollado que llama Anthropocúmulus (aCu).
También se pueden observar con cierta frecuencia Anthropocúmulus (aCu) de pequeñas dimensiones, sobre las cúpulas de aire contaminado que se forman en situaciones anticiclónicas sobre las ciudades o áreas industriales.
Se ha observado, por ejemplo, que grandes incendios han originado inicialmente Pirocúmulus que han seguido desarrollándose hasta dar lugar a Anthropocumulonimbos (aCb).
En el caso de los Cumulonimbos originados por causas naturales, las actividades humanas pueden potenciar su desarrollo y persistencia cuando estas nubes se desplazan sobre zonas ampliamente humanizadas.