El libro se atribuye tradicionalmente a Juan el Apóstol,[1][2] pero la identidad exacta del autor sigue siendo un punto de debate académico.
[3] En este capítulo, el cielo se regocija por la caída de Babilonia la Grande.
Algunos manuscritos antiguos que contienen el texto de este capítulo son:[5][7].
La visión de Cristo glorioso y vencedor (vv. 11-16) es parecida a la que hay al comienzo del libro: fijándose en las diversas partes del cuerpo, aunque sin seguir un esquema rígido (cfr 1,5.12-16), lo identifica con el jinete que monta un caballo blanco, mencionado justamente al abrirse el primero de los siete sellos (cfr 6,2).
El tormento de los sentidos es terrible, pero mucho peor es perder a Dios.