Un archicapellán era, en la Alta Edad Media, un gran oficial del séquito de los reyes carolingios.
Junto con el canciller y el conde palatino formaban el núcleo principal de confianza del emperador, dominando la administración central.
[1] El archicapellán dirigía el personal eclesiástico, representaba al papa ante el emperador, gestionaba la capilla real, asesoraba al soberano en asuntos eclesiásticos y dirigía la escuela palatina.
Este término se utilizó posteriormente para designar a los altos oficiales de los reyes resultantes de la desintegración del imperio carolingio.
Así, el arzobispo de Lyon, Remigio I († 875) fue archicapellán del rey Carlos de Provenza.