[1] El sistema de Llull, pues, tenía que ser completamente original para evitar acercamientos tradicionales a la teología, la hermenéutica y los textos en general, es decir, descartó todos los textos sagrados para basarse sólo en la argumentación racional.
Así pues, Llull se dedicó a diseñar y construir una máquina lógica.
Por Llull, la máquina podía probar por sí misma la falsedad o certeza de un postulado.
Este ingenio fue tan importante para él que dedicó la mayor parte de su ingente obra a describirlo y explicarlo.
Los árabes fueron un paso más allá: criticaban el Ars magna porque, según ellos, lo que es falso en filosofía «puede ser verdad perfectamente en teología», porque para Dios nada es imposible y Él puede pasar sin ningún problema por encima de las limitaciones de la ciencia.
El problema de estos postulados era que arrasaban la diferencia entre las verdades naturales y las sobrenaturales.
Pero la jerarquía católica no vio con buenos ojos que se extendiera esta doctrina, porque enseguida entendió el peligro de difuminar la diferencia entre la verdad natural y la sobrenatural.
Dos papas condenaron formalmente el lulliismo: Gregorio IX, en 1736, y Paulo V, más tarde.