Las críticas de la última exposición en París habían sido duras y se sentía abandonado por los amigos.
Gauguin, que había dejado su profesión de banquero y su familia, no podía entender que se quisiera revolucionar el arte desde una posición acomodada en la burguesía parisina.
A diferencia de autorretratos anteriores, sus facciones son menos marcadas y expresa sufrimiento.
Detrás de él, a cada lado, aparecen unas figuras oscuras, un monje encapuchado y un indio probablemente inca.
Tras su muerte fue adquirido por el escritor Victor Segalen que había ido a las islas Marquesas para informarse de los últimos días del pintor y se encontró con un «retrato doloroso».