Obligado a refugiarse en Lamia, Antípatro solicitó refuerzos de Asia.
Con la caballería de ambos lados ocupadas, Antípatro ordenó a su infantería cargar contra las líneas griegas.
Los infantes griegos fueron superados por un enemigo más numeroso y se retiraron a las colinas, desde donde podrían fácilmente rechazar cualquier asalto macedonio.
Si bien el ejército griego estaba aún intacto, era evidente que los macedonios habían obtenido la ventaja en la guerra.
Sin embargo, Antípatro se negó a firmar ninguna paz con la alianza griega en su conjunto, insistiendo en que cada ciudad enviase sus propios embajadores.