[4][5][6] En 1897, el Concejo Municipal acoge la idea del Instituto Literario para crear una biblioteca pública en Cali que llevaría el nombre de Caicedo, en honor a Joaquín de Cayzedo.
Por aquel entonces en el periodo finisecular la élite caleña buscaba una mayor autonomía y desligarse del control político ejercido desde Popayán.
La biblioteca comenzó su funcionamiento en la Carrera 4 con Calle 12, en la planta baja de la Casa Municipal, actualmente Palacio Nacional, que había sido restaurado recientemente para los festejos del centenario.
El primer bibliotecario fue Blas Scarpetta, un antiguo miembro del Instituto Literario.
Durante su gestión, Llanos resaltó por la constante defensa de la biblioteca ante el Concejo Municipal, exigiendo un lugar adecuado para sus instalaciones, ya que la casa en la que había sido alojada no cumplía con las cualidades necesarias para el servicio, y era de difícil acceso para el público general.
[5] Finalmente en 1932 la biblioteca encuentra una nueva sede en las antiguas oficinas de la Gobernación del Valle, en el edificio donde hoy funciona la Casa Proartes.
Emprendió a través del periódico El Relator una nueva campaña, esta vez para recibir donaciones.
Al respecto el padre Zawadzky opinaba que si bien la Biblioteca del Centenario estaba listada como una biblioteca aldeana, en realidad no era tal al haber sido fundada 25 años antes de la iniciación del programa, contar ya con un número apreciable de volúmenes y periódicos, contar con un programa de canjes y realizar frecuentemente actividades académicas y culturales.
[4][5] El sacerdote llevó a cabo durante su dirección una gran cantidad de programas culturales, enmarcado en lo que él llamaba «La penetración social del libro» y que en muchos casos fueron financiados de su propia pecunia.
[4][5][6] En 1939, debido a la gran demanda de la publicación y al nulo presupuesto destinado a la misma, luego de varios llamados infructuosos para mantener a flote la revista, el padre Zawadzky tuvo que cesar su publicación, que al ser financiada principalmente por sí mismo, lo dejó prácticamente en la bancarrota.
Los ruegos del sacerdote no solo no eran escuchados, sino que en 1941 tuvo varios problemas con el contralor municipal, quien llegó a devolver unas cuentas que se habían aprobado para pago.
Esto ofendió en gran medida al padre Zawadzky, quien llegó a amenazar con su renuncia.
Se aduce que la decisión de no contar con el sacerdote se debió, en buena medida, a cuotas políticas que querían contrarrestar la influencia en la arena política del apellido Zawadzky en la ciudad.
En el primer reporte que hizo como director, nombró contar con algo más de 10 000 ejemplares.
Al igual que su antecesor, luchó arduamente para mejorar las instalaciones de la biblioteca, y así mismo se chocó con obstáculos administrativos que le impedían desarrollar su planes para la biblioteca.
A principios de esa década, en 1951, la biblioteca sufrió un duro revés al ver recortado su ya insuficiente presupuesto.
El archivo y la biblioteca funcionaron de manera independiente durante un año, ya que tal concepto nunca fue emitido.
[5] Antes de las remodelaciones se le ordenó a Silva trasladar algunos libros al edificio donde había funcionado el Batallón Pichincha.
La dinámicas sociales del movimiento estudiantil, que muchas veces acabaron el revueltas, afectaron fuertemente la biblioteca, siendo en ocasiones los libros víctimas de tales agitaciones.
[5] En 1976 ante la constante presión de la Universidad Santiago de Cali para recibir más espacio del edificio y la intervención política del concejal Hernán Isaías Ibarra, la Biblioteca del Centenario se vio forzada a abandonar la Casa Municipal, lugar en la que ocupó por cincuenta y ocho años.
[5] Un año más tarde, por iniciativa del mismo concejal que había intercedido para desalojarla, se pensó trasladar la biblioteca al Edificio Otero.
[5] Casi cuatro años después de ser expulsados de la sede en la Casa Municipal los volúmenes fueron trasladados finalmente a un edificio en la Avenida 3 Norte con Calle 13, que si bien no era el adecuado era el único con que contaba la biblioteca.
Asumió el cargo Ramiro Calle Cadavid quien debió ultimar los arreglos finales tales como la realización del mural del artista Pedro Alcántara, la adquisición y disposición de inmobiliarios para revistas y libros, entre otras cosas.
En cambio Ricardo Bermúdez pintó un mural en un muro externo en alusión a la obra Cien años de soledad de Gabriel García Márquez que tituló Apártense vacas que la vida es corta.
[5] Bajo el mando de Lozano la biblioteca diversificó sus servicios, ampliando su programación a aspectos artísticos, culturales, poesía, literatura, teatro, danza, además de los tradicionales programas académicos y bibliotecarios.
Proyecto que finalmente no se lograría concretar por problemas de presupuesto.
La destitución significó una nueva crisis para la entidad, que había gozado de una estabiblidad y reputación no vista desde la época del presbítero Zawadzky, que se vio acrecentada por la demora en el nombramiento de un nuevo director.
Muchos de estos programas, u otros inspirados en los mismos, continúan aún hoy.
Se encargó de reforzar los programas existentes, restaurar el fondo fotográfico perteneciente a la biblioteca y que cuenta con valioso material histórico, así mismo como realizar una nueva catalogación según temas o áreas del saber.
La modernización de la planta física incluyó la restauración en 2012 del mural que Ricardo Bermúdez pintó en 1985.