[2] La Inquisición española, por su parte, desempeñó un papel secundario y, según Pérez, "se mostró más bien indulgente con las brujas" pues raramente aplicó la pena de muerte —al considerarlas más víctimas que criminales—, a diferencia del durísimo trato que recibieron judeoconversos y protestantes.
Así, a partir de entonces las prácticas mágicas son consideradas "un gran peligro para el género humano al desafiar los lazos de obediencia, al suscitar la rebelión, convirtiéndose también, como la herejía, en un crimen de lesa majestad humana y divina, justificando el procedimiento más duro, más excepcional, puesto que es la majestad misma la que aparece amenazada por este crimen atroz".
[10] Precisamente la palabra bruxa aparece por primera vez en la segunda mitad del siglo XIII en un vocabulario latino-arábigo reproducido en un códice catalán, como término equivalente al de súcubo o demonio femenino.
[13] El dominico catalán Nicholas Eymeric incluyó la brujería en su famoso manual para inquisidores Directorium inquisitorum de 1376.
Así concluye que creer en todo eso "no viene sino por falta de juicio".
Vive "rodeada de ponzoñosos ungüentos y de fórmulas mágicas cuyo poder residía en la fuerza del lenguaje" pero "puede además disparar el terrible dardo del maleficio, opera con poderes nocturnos, conjura y obliga al mismísimo Satán".
[22] La Celestina desde su aparición conoció muchas ediciones y diversos autores de los dos siglos siguientes la tomaron como modelo o continuaron con la trama.
Del Malleus maleficarum se hicieron entre 1486 y 1669 34 ediciones, lo que equivale a 30 000-50 000 ejemplares.
En el tribunal de Valencia entre 1478 y 1530 sólo hay registrados seis casos.
Los inquisidores locales protestaron porque consideraban que la Inquisición era la instancia competente para juzgar las cuestiones de brujería ya que, según ellos, adorar e imprecar al demonio era atentar contra la fe.
[31] Para probar la realidad de las brujas Avellaneda contó que había realizado un experimento con una ante veinte testigos.
Fue capturada por el inquisidor tres días después a varias leguas de distancia.
[38] La consideración de las brujas más como víctimas que como criminales fue desarrollada también por Pedro Ciruelo en su libro Reprobación de las supersticiones y hechicerías publicado en 1530 y que conocerá muchas reediciones.
"El autor —según Joseph Pérez— pretende ofrecer explicaciones naturales para las historias extraordinarias.
Admite que algunas prácticas tienen un origen sobrenatural e implican un pacto con el diablo.
No obstante, Ciruelo recomienda a los magistrados que sean indulgentes con las supersticiones del pueblo".
[34] Poco después, en 1537, la Suprema envió a los tribunales unas instrucciones precisas sobre cómo actuar en los casos de brujería.
Aunque hay que tener en cuenta que, según Carmelo Lisón Tolosana "la bruja gallega reviste características regionales propias" pues "se trata más bien de hechiceras o curanderas y adivinas que se sirven de fórmulas, conjuros e invocaciones (a veces al demonio) para adivinar o sanar a sus clientes".
Quiere saber, pronosticar el futuro, curar, adquirir riqueza, es bruja fáustica, individualista, no aquelárrica".
Cuarenta y ocho mujeres confesaron mediante tortura que eran brujas pero después se retractaron.
La Suprema ordenó que fueran puestas en libertad —lo mismo ocurrió en un proceso abierto ese mismo año en Navarra contra treinta y cuatro supuestas brujas que también quedaron libres-.
También en Córdoba cuatro mujeres son condenadas en 1665 a ser azotadas públicamente por practicar la magia, después de haber sido paseadas en mulos con el torso desnudo y un gorro infamante en la cabeza, mientras la gente les lanzaba cebollas.
[47] En cambio los tribunales civiles aplicaron penas mucho más severas, como el de Vich que entre 1618 y 1620 condenó a 45 brujas.
[49] Según Joseph Pérez, "si lo comparamos con los centenares de ejecuciones que se producen al mismo tiempo en territorio francés, al otro lado de los Pirineos, este veredicto puede parecer clemente.
Cuando llegaron allí afirmaron que acudían a pedir justicia porque no eran brujos y si lo habían confesado al vicario "era porque los apretaron y amenazaron mucho si no los dezian".
Pero los dos inquisidores creían en la realidad de la brujería, sobre todo cuando se presentaron ante el tribunal otras seis personas más quienes, según informaron los inquisidores a Madrid el 22 de mayo, eran "las más principales cabeza y caudillo de todos aquellos brujos según que suficientemente les está probado".
Finalmente Valencia aconsejaba: "Búsquese siempre en los hechos cuerpo manifiesto de delito conforme a derecho, y no se vaya a probar casso muerte ni daño que no ha acontecido".
Feijoo quería lograr el "desengaño de errores comunes" para lo que, apoyándose en "la experiencia y la razón", se dedicó a "vapulear sin descanso a las trasnochadas creencias vulgares que medran en la brujería, hechicería, astrología, posesión diabólica, magia y ridículas milagrerías".
Se trató de una vieja loca conocida como "la Beata ciega", que confesó haber seducido a jóvenes sacerdotes y haber practicado actos de magia, que fue ejecutada a garrote vil en Sevilla en 1781, y luego quemada.
Según Carmelo Lisón, esa obra, que acabó publicándose en 1811, ejerció una enorme influencia en la visión de la brujería que Goya plasmó en sus cuadros y grabados, intentando "desterrar vulgaridades perjudiciales".