La Revolución de Febrero sorprende a Lenin exiliado en Suiza.
Pero, como apunta Lenin, la abdicación del zar no suponía de hecho una contradicción en el régimen (en todo caso, se trataba de un desencuentro meramente transitorio), sino más bien un cierre de filas entre la burguesía que reclamaba su hora, y las fuerzas representadas por la monarquía.
En la práctica, pese a su discurso republicano, la burguesía necesitaba mantener el trato con la monarquía.
Siendo así, la única salida posible para esta situación pasa por el Sóviet de Petrogrado, el único garante por entonces (y mientras durase la dualidad de poderes) de la libertad popular, y que mantiene al gobierno a la defensiva ofreciendo concesiones que intenten paliar el descontento y la miseria que la guerra mundial aún provoca.
En definitiva, en esta época Lenin piensa en los siguientes términos: En estas condiciones, la minoría bolchevique debe abogar porque el Soviet de Petrogrado avance definitivamente hacia la apropiación del poder del Estado.