Con el permiso del INAH el despacho Gómez Palacio Arquitectos se encargó de la restauración, contaron con asesoría del restaurador Francisco Pérez Salazar.
— El mismo, doña Guiomar, vengo a deciros adiós, hoy mismo parto a la guerra, donde siempre os llevaré su recuerdo conmigo.
— No, doña Guiomar, jamás os olvidaré; si mi rey no me lo demandara, mi obligación de hidalgo me haría ir a donde mi espada hace falta para conquistar nuevas tierras; pero juro a Dios que vuestro amor se conservara siempre puro en mi pecho, y tan pronto como pueda, volveré a unirme con vos , para nunca separarnos.
Don Lope partió a Perú, en donde su espada sirvió al rey por varios años, él ya se había olvidado de su juramento hacia doña Guiomar y su corazón se enamoró de otras damas a lo largo de esos años, continuó con su vida en otros lugares y después de un largo rato ya que su amor por Guiomar se había desvanecido, por órdenes del rey don Lope tuvo que regresar a México a arreglar unos asuntos reales.
Para ese entonces, Doña Guiomar ya había muerto, ella había permanecido fiel a su palabra y cada noche esperaba a su amor en la ventana y en las noches de luna llena, ella mandaba su amor y cariño por los rayos de luz de la luna, esperando a un amor que ya no le correspondía más.
¿A caso habéis sido traidor a vuestros juramentos y os remuerde la conciencia?
Don Lope no podía alzar el rostro, quiso disculparse.
Cuando don Lope levantó el rostro para ver el haz de la luna, vio la cara dulce y bella de doña Guiomar convirtiéndose en una calavera putrefacta, vio como se le pudría la piel y como sus ojos se desvanecían en las cuencas de la calavera.
El escudo de la casa Blanca está representado por tres flores.