Cuando soltaba los troncos y los árboles volvían a su posición original, despedazaban sus cuerpos.
Un día Teseo se cruzó en su camino y lo venció, sometiéndole al mismo suplicio por el que habían muerto tantos infelices, o lo mató con el arte de la lucha, que acababa de inventar.
Ambos discutieron por quedarse con el pequeño, o más bien por apoderarse de la rica túnica que vestía.
Pero el malvado rey reconoció la túnica, y mandó emparedar a su hija (o encerrarla para quemarla viva) y que volvieran a abandonar al pequeño.
De nuevo le alimentó la yegua, pero el pastor que lo encontró esta vez reconoció su ascendencia regia y lo protegió.