El colono poseía un estatus intermedio entre la esclavitud y la libertad: era aquella persona que cultivaba una tierra que no le pertenecía y estaba ligado a ella, pero no era propiedad del dueño de la tierra.
En el colonato, la definición del derecho de propiedad es todavía clara, mientras que en el feudalismo, la propiedad es un concepto confuso, puesto que siervos y señores (nobles y clérigos) comparten algún grado de dominio sobre la tierra (dominio útil, dominio eminente), siendo la clave que unos tengan la capacidad de explotarla y gestionar la producción, y los otros la capacidad de extraer el excedente.
La persona del colono no estaba sometida al dueño de la tierra: podía casarse y adquirir bienes, pero para enajenarlos necesitaba el consentimiento del propietario, ya que con ellos garantizaba el pago anual que se debía efectuar.
La condición del colono era hereditaria y solo podía finalizar mediante el pago de la deuda.
Con la continua desaparición del poder imperial, los terratenientes tuvieron que procurarse sus propios medios de defensa, pasando el colono a cumplir tareas bélicas, sirviendo esto como oportunidad para conseguir favores de su señor e incluso pagar su libertad.