Nestorio se había hecho monje y alcanzó gran fama en Antioquía por sus dotes de predicador.
Nestorio acudió a las autoridades civiles para acallar a los monjes que se le oponían y escribió al papa Celestino I (429) para pedirle su opinión sobre esta doctrina que enseñaba.
En esos días, Casiano también dio su parecer desfavorable sobre los escritos del patriarca de Constantinopla.
Este texto fue enviado a Nestorio para que, como había indicado la iglesia de Roma, fuera suscrita por el patriarca.
En este momento otros personajes intervienen tratando de aplacar los ánimos y sobre todo aclarando que las afirmaciones de Cirilo tampoco resultaban ortodoxas dado que parecían sostener una sola naturaleza en Cristo.
Nestorio acudió también al emperador, Teodosio II quien, para evitar conflictos mayores, decidió convocar un concilio.
Hay que decir que la situación era compleja pues la posición de Nestorio había sido ya condenada por Celestino y, por tanto, el concilio –si quería evitar un cisma– debía hacer otro tanto.
En la primera sesión del concilio, celebrada el 22 de junio, y aprovechando la ausencia de Nestorio que se negaba a comparecer hasta que no llegara a Éfeso su amigo el patriarca Juan de Antioquía, se procedió a condenar la doctrina nestoriana como errónea (Cánones 2 a 5), decretando que Cristo era una sola persona con sus dos naturalezas inseparables.
Los eventos crearon un gran cisma entre los seguidores de las diferentes versiones del concilio, que solo fue reparado por negociaciones difíciles.
Sin embargo, la grieta se abriría nuevamente durante los debates previos al Concilio de Calcedonia.
[2] En 1994 la Declaración Cristológica Común entre la Iglesia católica y la Iglesia asiria del Oriente marcó la resolución de la disputa entre ellas que había existido desde el Concilio de Éfeso.