Conferencia de Río de Janeiro de 1942

Argentina declaró a Estados Unidos no beligerante, al tiempo que afirmaba la neutralidad ante Alemania, Reino de Italia e Imperio Japonés.

Con la entrada de los países centroamericanos y caribeños en la conflagración, el gobierno argentino extendió la no beligerancia a esos Estados.

Sin embargo, para entonces ya tenía un sesgo pronorteamericano disimulado por el juego pendular del gobierno de Vargas.

Valga por ejemplo que seis meses antes del Ataque a Pearl Harbor, la Pan American Airways empezó a desarrollar en territorio brasileño los campos del Airport Development Program, cuya finalidad sería el apoyo al patrullaje del Atlántico Sur y a los aviones en tránsito a África, el Cercano y el Lejano Oriente [2]; al mismo tiempo nueve Estados de Centro América y el Caribe, con indudable liderazgo político y económico estadounidense, para el 11 de diciembre de 1941 se encontraban en estado de guerra con las potencias del Eje.

En sincronía, la República Dominicana, Cuba, Costa Rica, El Salvador, Guatemala, Haití, Honduras, Nicaragua y Panamá adoptaron una beligerancia, naturalmente, limitada al espacio que representaban en el orden mundial.

El doctor Enrique Ruiz Guiñazú, canciller argentino, hizo sondear la opinión de los países americanos, y algunas versiones le indicaron que la reunión giraría sobre asuntos económicos.

En su opinión, la ruptura colectiva tendría el terreno preparado, pues doce países estaban en guerra o habían cortado los vínculos con el Eje, y se suponía que Perú, Ecuador y Uruguay podrían tomar medidas análogas antes de la Conferencia.

Enseguida de producido el ataque a Pearl Harbor, el ministro de Relaciones Exteriores del gobierno chileno, Juan Bautista Rossetti, le había manifestado al embajador norteamericano en Santiago su preocupación ante un eventual ataque japonés a las costas chilenas.

Hull, el 11 de diciembre, le había asegurado desde Washington que Estados Unidos daría todo su apoyo.

Sin embargo, el canciller argentino podía entrever la posición brasileña por las conversaciones con los representantes de México, Colombia y Venezuela.

En su discurso, defendió en términos generales la solidaridad continental y los compromisos asumidos anteriormente, nada distinto de declaraciones del vicepresidente Castillo formuladas a la prensa.

México, Colombia y Venezuela presentaron cuatro puntos que contenían los objetivos estadounidenses: Al final de la jornada, Welles visitó a Ruiz Guiñazú para enfatizarle que la ruptura “era de vida o muerte para Estados Unidos y toda América”.

En vista que el proyecto original seguía circulando, Ruiz Guiñazú solicitó instrucciones a Buenos Aires.

El 20 recibió la orden “mantenerse firme en nuestra posición”, que ninguna fórmula “conduzca necesariamente a la ruptura de relaciones”.

El presidente interino, sin descuidar las formalidades diplomáticas, fue contundente: la colaboración ya estaba consagrada con el decreto de no beligerancia, acto oficial inamovible.

En otro telegrama añadió que aun cuando el texto no creaba un compromiso inmediato, “traería una expectativa perjudicial sobre la ruptura (…) de graves inconvenientes para el orden interno”.

La alternativa fue desechada cuando Ruiz Guiñazú comunicó a los otros representantes que su gobierno no había aceptado la declaración enmendada.

Ruiz Guiñazú presentó entonces una nueva redacción del artículo 3º, en donde la ruptura pasaba a ser una mera recomendación.

Con cambios mínimos propuestos por Aranha y Rossetti, la Resolución I signada por todos los delegados decía en su artículo más discutido: III.

Roosevelt se interpuso poniendo final al cruce entre sus funcionarios: “Lo siento Cordell, pero en este caso voy a aceptar el juicio del hombre que está en el lugar de los hechos.

En Río, la delegación norteamericana se volcó al apaciguamiento bajo el influjo de los “latinoamericanistas” dirigidos por Welles, opuestos a los “internacionalistas” conducidos por Hull.

Al día siguiente de la conferencia tripartita, Welles envió un telegrama a Roosevelt agradeciéndole la intervención.

El gobierno de Vargas buscaba obtener ventajas, pero no podía ni quería enfrentarse con Argentina.

Rossetti, en la sesión plenaria del 25, declaró “sin duda alguna, Japón atacará inmediatamente a Chile”.

El 26, el canciller le propuso al subsecretario un acuerdo por el cual Estados Unidos se comprometía a tomar medidas preventivas en el Pacífico Sur y proporcionar “efectiva asistencia militar”.

De regreso en Santiago, Rossetti le aseguró al embajador estadounidense que el Congreso se aprestaba a sancionar la ruptura.

Algunos autores ponen el acento en su perfil hispanófilo de raíz católica, según otros influenciado por los modelos fascistas.

Anticipando los pasos, consultó a Buenos Aires qué país tomaría la representación diplomática y solicitó órdenes para la destrucción de archivos.

La posición de Uruguay en este punto merece varias consideraciones, aquí solamente mencionaré el dinamismo que algunas naciones adquirieron, es más correcto decir intentaron conseguir, subordinadas al gendarme estadounidense.

“internacionalistas” puede verse en Max Paul Friedman, Nazis y buenos vecinos, Madrid, Machado Libros, 2008, pp.