Sus biógrafos (ver Enlaces externos) señalan que ya desde la infancia destaca por su modestia, piedad y espíritu de oración.
Este lugar es conocido por su santuario dedicado a Nuestra Señora de la Merced.
A Conrado se le dio el oficio de portero del santuario, cargo que ejerció hasta su muerte.
Pasaba su tiempo libre en una celda abandonada cercana a la puerta, desde donde le era posible ver y adorar al Santísimo Sacramento presente en el templo del santuario.
Sus virtudes en vida y los milagros tras su muerte le permitieron ser beatificado por el papa Pío XI en 1930.