Crisis de julio

La diplomacia de la época se había cerrado en torno al sistema diseñado entre 1860 y 1890 por el canciller alemán Otto von Bismarck.

Este sistema se basó en alianzas que por un lado aislaran a la Tercera República Francesa e impidieran el revanchismo francés (por su derrota en la Guerra franco-prusiana) y por otro alejaran la posibilidad de una guerra en dos frentes para Alemania, procurando que un conflicto con Francia quedara reducido a la frontera franco-alemana.

Al final, la diplomacia no fue suficiente para evitar la movilización de los ejércitos, que una vez comenzada, difícilmente podía dar marcha atrás.

Ya el 5 de julio, Berchtold había enviado al embajador László Szőgyény a Potsdam para recoger allí las opiniones personales del emperador alemán Guillermo II, tras esta reunión las impresiones remitidas por Szőgyény a Viena indicaban que el monarca alemán apoyaría sinceramente a Austria-Hungría pero que «si nosotros (Austria-Hungría) planeábamos una intervención militar contra Serbia, sería lamentable no aprovechar el momento actual, que es tan favorable», al día siguiente Guillermo II partía a Kiel en un ostensible viaje de vacaciones hacia los fiordos de Noruega, para aliviar la tensión política.

La necesidad de justificar una agresión austriaca como represalia debería tener un buen sustento ante la opinión pública europea, con el fin de poner al Imperio ruso en una situación embarazosa donde no hubiera base para defender en modo alguno a Serbia, siendo que en la reunión del Consejo Imperial austríaco se alcanzó esta posición sugerida por el conde Esteban Tisza, quien rechazaba lanzar un simple ataque inmotivado contra una débil Serbia y urgía la búsqueda de un pretexto.

Inicialmente el emperador Guillermo II mostró pesar por la demora, pero luego ese tiempo fue aprovechado en preparar a Alemania para las primeras medidas de guerra, mientras que la diplomacia alemana buscaría que las «dificultades bilaterales entre» Austria-Hungría y Serbia no involucraran más países.

Los jefes militares alemanes como el general Helmuth Johannes Ludwig von Moltke consideraban, por el contrario, que Alemania no tenía motivos para evitar una «guerra general europea» al estar -en los económico y militar- mucho mejor preparada que Francia o Rusia para un conflicto bélico a gran escala.

Además la alianza con Alemania daba a Austria-Hungría respaldo suficiente como para considerar la negativa serbia como casus belli.

Considerando la respuesta de Rusia, tanto Pašić como el príncipe Alejandro admitieron a lo largo del día viernes 24 de julio que se verían obligados a atender el ultimátum austriaco casi en su totalidad, rechazando sólo las cláusulas donde se imponía policías austrohúngaros para investigar en Serbia el asesinato del archiduque Francisco Fernando.

En Gran Bretaña las cosas fueron distintas, pues ya en la tarde del jueves 23 se pronunció el ministro de Asuntos Exteriores, sir Edward Grey, quien solicitó a Rusia ejercer su influencia sobre Serbia para aceptar los términos menos humillantes del ultimátum pero también requirió a su par alemán, von Jagow, que el Imperio alemán contuviera a Austria-Hungría y use su influencia en la corte de Viena para evitar una intervención militar.

Además, Grey advirtió al príncipe Max Lichnowsky, embajador alemán en Londres, sobre el riesgo de una «guerra de a cuatro» en Europa, cuestión que concordaba con las opiniones del primer ministro británico Herbert Henry Asquith, quien consideraba al ultimátum austrohúngaro como «documento malvado y humillante».

En efecto, tras nuevas consultas entre Viena y Berlín, se dispuso el lunes 27 de julio la movilización militar del ejército austrohúngaro.

Esa misma tarde del 28 de julio el gobierno ruso dispuso una «movilización parcial» de tropas pero solo en las regiones vecinas a la frontera austrohúngara, lo cual fue invocado por los generales alemanes Moltke y Falkenhayn como «pretexto ideal» para que Alemania declare la guerra a Rusia.

En la mañana siguiente, el ministro austriaco Berchtold informó a Berlín que ya estaba iniciada la operación bélica contra Serbia y era «muy tarde» para pedir la paz pero de todos modos se harían las consultas respectivas al consejo imperial de Viena para iniciar «conversaciones» con Rusia en tanto la guerra contra la Triple Entente era ya cosa segura y era claro el fracaso alemán de evitar la intervención británica.

La situación se precipitó entonces por eventos en San Petersburgo: el zar Nicolás II conoció que la «movilización parcial» era imposible técnicamente debido a la organización aún anacrónica del ejército imperial ruso, y sus jefes militares advirtieron que sólo era viable la movilización completa del ejército y la flota contra Austria-Hungría, consejo al cual se adhirió el ministro Sazónov, pues una vez iniciado el transporte y despliegue de tropas rusas hacia la frontera sería imposible detenerlo en menos de 48 horas.

Al conocerse en Berlín los rumores de la movilización bélica rusa mediante la embajada alemana en San Petersburgo, los altos jefes del Reichsheer y la Kaiserliche Marine demandaron que Alemania declare la guerra a Rusia, entendiendo que «no cabía esperar a 1917» para ello, pues sería preciso para Alemania derrotar a las tropas rusas antes que completen su plan de rearme en unos pocos años.

Cuando a las 9 horas del mismo viernes se supo en Berlín el contenido completo de la movilización militar rusa, Bethmann-Hollweg y von Jagow mostraron alivio pues con ello «Rusia aparecería como culpable del conflicto», lo cual impediría que los sindicatos socialdemócratas alemanes se opusieran a la entrada en guerra.

Seguidamente, el Imperio alemán remitió un ultimátum diplomático al Imperio Ruso exigiendo que éste detenga en el plazo de 24 horas su movilización militar contra Austria-Hungría o Alemania le declararía la guerra en caso contrario, aun sabiendo Bethmann-Hollweg que a estas alturas los mandos militares rusos no podrían parar ya su despliegue de tropas con tantos miles de soldados ya en marcha hacia el oeste.

Cuando esta última noticia se conoció en Londres antes del mediodía del 4 de agosto, de inmediato el Parlamento británico convocó sesión por cuanto la actitud alemana ante los belgas implicaba que el Imperio alemán estaba dispuesto a entrar en una guerra contra Gran Bretaña.

La respuesta del ministro Grey y del primer ministro Asquith fue instruir al embajador Edward Groschen (aún destacado en Berlín) para transmitir un ultimátum a Bethmann-Hollweg en la misma tarde del 4 de agosto requiriendo que Alemania respete la neutralidad belga y ponga fin a su invasión dando plazo hasta la medianoche de ese día (23 horas en Londres), asumiendo que el ataque alemán contra Francia podía implicar de modo colateral a Gran Bretaña en la guerra, pero que una invasión germana contra Bélgica hacía ya inevitable que los británicos entrasen en la lucha.

Francisco Fernando de Habsburgo , heredero al trono de Austria-Hungría y su esposa, la condesa Sofía Chotek . Estampilla militar de 40 centavos de 1917.
Situación oficial de las alianzas militares durante la crisis de julio.
Conde Leopold von Berchtold , ministro de Asuntos Exteriores de Austria-Hungría.
Guillermo II , emperador de Alemania.
Serguéi Sazónov, ministro de Asuntos Exteriores del Imperio ruso.
Nikola Pašic, primer ministro de Serbia
Herbert Henry Asquith, primer ministro británico.