Más allá del mero aspecto publicitario, también era una expedición de trascendencia política, cultural y científica.
[1] Desde finales del siglo XIX, algunos exploradores, como Félix Dubois en 1898, intentaron pruebas de automóviles en África, pero los resultados no fueron concluyentes.
A su llegada, fueron recibidos por André Citroën, su esposa, el ingeniero Adolphe Kégresse y el general Estienne.
Al año siguiente, se organizó la segunda misión Gradis , a bordo de vehículos Renault MH, todavía para cruzar el Sáhara, pero por la llamada carretera del «Gran Eje».
Sin embargo, esos pasajeros deberían ser lo suficientemente ricos como para poder gastar un poco más de 40 000 francos en ese viaje.
Como explicaba André Citroën, la apertura de una línea motorizada «tiene como objetivo transportar lo más rápido posible al viajero que desea ir, a través del desierto, a la región de Níger donde lo atraen los deportes o los negocios».
En efecto, declaró: «Comprendí [que] la realización [del proyecto] debía dar a este continente inmenso y actualmente privado en tantos lugares, la vida, el bienestar y la alegría que están con el trabajo, la condiciones esenciales para la evolución de los grupos humanos hacia la felicidad».
Citroën puso a punto una empresa transafricana, inicialmente llamada «CEGETAF» (Compagnie générale transafricaine) y luego «CITRACIT» (Compagnie transafricaine Citroën),[7] contrató especialistas para desarrollar la expedición imaginada y preparó todo un programa de construcción de hoteles.
[8] Sin embargo, parece que toda esa historia era solo el resultado de un complot contra Citroën.
Esta misión, denominada «crucero negro», debía ir mucho más allá de la simple expedición de viajeros adinerados y constituir un verdadero proyecto científico que agrupase a etnólogos, geólogos, meteorólogos, zoólogos, antropólogos, geógrafos y cartógrafos.
Las distancias recorridas diariamente fueron importantes y el 1 de diciembre el equipo ya llegó a Tessaoua, donde les esperaba el sultán Barmou.
[11] Sin embargo, ese era un aspecto que a veces se califica de «publicitario» para la expedición.
Este último camino era considerado el más peligroso e impracticable según las autoridades inglesas.
Se organizan varias exposiciones, en particular en el Museo del Louvre, para permitir a los visitantes descubrir las semiorugas, así como los diversos objetos recogidos por la expedición.
Esta última explica así que se trata de «la tarea más urgente que incumbe en la actualidad a todo viajero, constatar por todos los medios posibles, en particular mediante la fotografía y el cine, los tipos y modos antropológicos».
Esta última, cuyo coste inicial fue de 100 000 libras, tuvo tales repercusiones, especialmente para los coches Citroën, que la inversión se amortizó rápidamente.
[16] Léon Poirier: 1884-1968, director entre otros de Jocelyn, según Lamartine y La Brière en 1924, Brazza ou l'épopée du Congo en 1940.
Llevados por un espíritu decididamente colonizador, los países europeos y, en particular, Francia, estaban encantados de poder salvar esta barrera natural entre las dos partes del Imperio colonial francés, tanto estratégica como administrativa, que constituía el desierto del Sáhara.
El Estado francés también veía en el crucero negro la posibilidad de proseguir su proyecto político, invirtiendo al mismo tiempo en empresas privadas.