La Séptima Cruzada, encabezada por Luis IX de Francia (San Luis) en el año 1250, se dirigió contra el Egipto mameluco; las tropas cristianas, tras la toma de Damietta sufrieron algunos reveses y finalmente pusieron sitio a Mansurá.
Como las ciudades no quieren alimentarlos, en toda la Francia afectada hubo saqueos, por ejemplo en Burdeos, donde Simón V de Montfort los somete con dureza.
La desesperación reinante propiciaba todo tipo de profecías y peticiones para una nueva cruzada.
La cruzada comenzó en mayo de 1320 en Normandía, cuando un pastor adolescente después de una peregrinación a Mont Saint-Michel, afirmó haber sido visitado por el Espíritu Santo, que le dio instrucciones para luchar contra los musulmanes en la península ibérica.
Rápidamente se adhirieron jóvenes agricultores del norte de Francia, que engrosan las filas para ir a la cruzada.
Este vasto movimiento popular es apoyado por los sermones inflamados de un benedictino apóstata y un sacerdote condenado por su conducta, quienes les convencen de la urgencia del "Santo Viaje" para ir a luchar contra los infieles.
Durante su estancia en París protagonizan diversos desórdenes y atacando la prisión real del Grand Châtelet, liberando a los presos.
Cinco días más tarde, advertido de este movimiento, descontrolada y subversivo, el papa Juan XXII, residente en Aviñón, lanza la excomunión contra todos aquellos que se crean cruzados sin permiso papal.
Por otra parte, el rey de Aragón, que se había declarado protector de la comunidad judía, libre del inicial compromiso bélico en el sur, decide acabar con la situación y envía a su hijo, el futuro rey Alfonso IV, para acabar con los desórdenes.
En el camino son hostigados por las tropas del Alfonso y finalmente cruzan Navarra dispersándose.