De los manantiales termales brota el agua a unos 60°-90° con una gran riqueza mineral (sodio, calcio, cloro y diversos sulfatos) que ha generado materiales detríticos muy beneficiosos para la conservación de los restos arqueológicos.
Apareció una treintena de inhumaciones con esqueletos en posición contraída muy bien conservados y otros restos.
Los artefactos hallados por los arqueólogos son propios de pueblos cazadores recolectores que vivían en pequeños grupos, construían campamentos estacionales cuyas viviendas se reducían a una especie de cortavientos con unos lechos confeccionados en ramas y hierbas.
Los muertos eran enterrados en el mismo campamento, en tumbas poco profundas bajo pequeños túmulos en los que han aparecido la mayor parte de los hallazgos, en un excepcional estado de conservación atribuido a las condiciones del sedimento y la temperatura y humedad fomentada por las cercanas fuentes termales.
Estos investigadores pudieron efectuar dataciones por medio de las técnicas del carbono-14, con unos resultados entre 2800 y 1700 años a. C., es decir, que las gentes de la cultura Gwisho fueron coetáneas del Imperio antiguo egipcio.