C,[1] en el siglo VII a. C. ya es una cultura que presenta un considerable desarrollo, según las fechas de carbono 14 de muestras orgánicas obtenidas recientemente asociadas a la agricultura, la cerámica, la orfebrería y el arte escultórico.
La zona está en la cordillera andina, recostada en una de las bases del Macizo Colombiano.
Vestigios similares se han identificado también hacia la vertiente que cae sobre la Amazonía, especialmente en la localidad de Santa Rosa del Caquetá.
La tradición histórica ha señalado estos lugares con nombres especiales, que en su mayor parte se conservan hasta hoy, como Mesitas, Lavapatas, Ullumbe, Alto de los Ídolos, Alto de las Piedras, Quinchana, El Tablón, La Chaquira, La Parada, Quebradillas, Lavaderos y otros.
El trabajo lítico más destacado es la llamada "Fuente de Lavapatas", un lecho rocoso de la quebrada del mismo nombre, en donde los nativos labraron una fantástica fuente ceremonial, con tres piletas y numerosas figuras serpentiformes y batracomorfas en bajo relieve, circundadas por diminutos canales por los que corre el agua de manera armoniosa.
Desde mediados del siglo XVI (1536-1539) la región del sur de los Andes de Colombia fue cruzada por expedicionarios españoles, quienes fundaron allí poblaciones que en poco tiempo tendrían gran significación en el proceso colonizador, como Pasto, Popayán, Almaguer, Timaná y otras.
Evidencias de tales labores han sido comprobadas en estratos que datan del siglo VII a. C. y que explican los rasgos fundamentales de su arte escultórico, íntimamente relacionado con las concepciones cosmogónicas y religiosas.
Una vivienda la formaban generalmente varios bohíos, situados a gran proximidad unos de otros.
Allí tenían sus dormitorios, sus fogones, que eran tres o cuatro piedras semi-redondeadas, sobre las que colocaban las vasijas destinadas a la cocción de alimentos, cuando no empleaban las ollas trípodes, de soportes altos y macizos.
Es posible pensar también que la gran dispersión que tiene la estatuaria lítica en San Agustín se explica por haber existido entre estos nativos una organización estructurada sobre la base de pequeños grupos familiares, unidos entre sí por vínculos religiosos.
En torno a estos personajes se debieron agrupar los pequeños núcleos familiares y aquellos habrían formado así una especie de casta sacerdotal, con marcada influencia en la organización social y política de una población que tenía una fuerte mentalidad religiosa, expresada en la rica temática que se manifiesta en el arte escultórico.
Todo induce a pensar que en este período floreciente de la cultura agustiniana, la organización social estaba fuertemente influida por los grupos guerreros y las formas religiosas por las deidades solares y de la guerra.
Más de 300 estatuas han sido halladas, la mayoría en un área que aparece plenamente delimitada por las cuencas de los ríos Magdalena, Bordones, Mazamorras y Sombrerillos y los picos del Macizo Colombiano.
Indudablemente los nativos quisieron hacer de esta región un verdadero centro ceremonial para las prácticas funerarias, presididas por los grandes monolitos, en los que ellos expresaron su estilo simbólico, sin que este propósito les hubiera impedido tallar formas de gran naturalismo.
Constituye esta característica una de las peculiaridades que se han señalado como propias del periodo formativo en América precolombina.
Es indudable que la mayoría de los monolitos del Alto Magdalena llevan estas representaciones.
En otras culturas arqueológicas andinas este elemento caracteriza también muchas de las representaciones escultóricas.
Las esculturas que se denominan cariátides, porque estaban destinadas a soportar los techos de los grandes sepulcros en las Mesitas A y B del parque arqueológico son, seguramente, representaciones de guerreros.
En otras estatuas la rodela está sustituida por una maza corta, la "macana" de que hablan las crónicas del siglo XVI, usadas por los panches, muzos, calimas y otros grupos, y que aún emplean los chimilas, un pueblo indígena que vive en las proximidades de la Sierra Nevada de Santa Marta.
En varias culturas arqueológicas americanas este motivo se vincula también al cultivo del maíz y su acción fertilizante.
En el período final, o Reciente, aparece la pintura positiva bicolor, como también una decoración granulada.