Decreto de Milán

Este último tenía por objeto que ningún país europeo comerciara con Gran Bretaña, el principal enemigo del Imperio Francés.

Esto significó, de hecho, que cualquier buque al cual los británicos hubieran registrado o aceptado en sus puertos, sufriría confiscación por los franceses, de la misma forma que si fuera un buque británico.

El régimen napoleónico autorizaba no sólo a los buques de guerra franceses, sino además a corsarios, para realizar esas confiscaciones en beneficio de Francia.

Además, el creciente comercio internacional británico en los cinco continentes era lo bastante fuerte para permitir a Gran Bretaña sobrevivir varios años sin comerciar con el resto de Europa.

De hecho, el contrabando debió seguir siendo practicado por varios países europeos para poder subsistir.