Durante el Renacimiento, la descripción de la amada seguía habitualmente el canon de belleza petrarquista, que encontramos también en la pintura de la época: larga cabellera rubia, frente ancha y despejada, ojos claros y mirada serena, labios rojos, piel clara.
se muestra la color en vuestro gesto, y que vuestro mirar ardiente, honesto, enciende al corazón y lo refrena; y en tanto que el cabello, que en la vena del oro se escogió, con vuelo presto por el hermoso cuello blanco, enhiesto, el viento mueve, esparce y desordena; coged de vuestra alegre primavera el dulce fruto, antes que el tiempo airado cubra de nieve la hermosa cumbre.
Marchitará la rosa el viento helado, todo lo mudará la edad ligera de celestial ambrosía rociädo, tanto mi gloria sois y mi cuidado, cuanto sois del Amor mayor tesoro.
Luzes, qu' al estrellado y alto coro prestáis el bello resplandor sagrado, cuanto es Amor por vos más estimado, tanto umilmente os onro más y adoro.
Purpúreas rosas, perlas d' Oriente, marfil terso, y angélica armonía, cuanto os contemplo, tanto en vos m' inflamo; y cuanta pena l' alma por vos siente, tanto es mayor valor y gloria mía; oro bruñido el Sol relumbra en vano, mientras con menosprecio en medio el llano mira tu blanca frente el lilio bello; mientras a cada labio, por cogello, siguen más ojos que al clavel temprano, y mientras triunfa con desdén lozano del luciente cristal tu gentil cuello; goza cuello, cabello, labio y frente, antes que lo que fue en tu edad dorada oro, lilio, clavel, cristal luciente, no solo en plata o viola truncada se vuelva, mas tú y ello juntamente por altas sierras el arroyo helado, ni está más negro el ébano labrado, ni más azul la flor del verde lino.