Las primeras debieron ser elaboradas nada más finalizar La tauromaquia, pues en el álbum que tuvo el crítico Ceán Bermúdez y que se conserva en el Museo Británico, aparece tras la última estampa taurina una prueba de estado del disparate número 13,[c] el conocido como «Modo de volar».
[10] En cualquier caso, era difícil que un trabajo así le reportase beneficios económicos de consideración, visto que ni siquiera La tauromaquia (serie con un tema más popular y por tanto con mayores posibilidades comerciales) se vendió tan bien como se esperaba.
En 1854, Román Garreta compró dieciocho con vistas a su publicación, aunque solo se estamparon algunas pruebas.
Quizá debido a ello, no hay acuerdo sobre la continuidad lógica de esta serie.
En la estampa final el soldado es un civil, ha desaparecido la garita, y el fusil se ha transformado en una pica con la que atraviesa el rostro de un hombre.
Todo ello ha hecho que esta obra se considere más cercana a las Pinturas negras.
[21] También se han intentado analizar los Disparates a la luz del psicoanálisis,[22] enfatizando su carácter sexual y violento.
[29] La serie, en su brevedad, se puebla de personajes grotescos, deformes, fantásticos como una representación gráfica del literario «mundo al revés» rabelesiano, descrito por Bajtin en La cultura popular en la Edad Media y en el Renacimiento.
[31] En casi todos los disparates se muestra cómo la representación del poder es derrocada, humillada, ninguneada o ridiculizada.
Y en el dibujo preparatorio del Bobalicón (n.º 4),[36] es un simple clérigo arrodillado quien parece sentirse más aterrorizado.
Varios críticos insisten en el protagonismo en tan breve serie del sacramento matrimonial ridiculizado, y aventuran posibles alusiones al matrimonio de Leocadia Weiss con su marido y a la relación que ella mantuvo con Goya hasta la muerte del pintor.
La mujer, por otro lado, es atraída del brazo por una vieja de carácter celestinesco hacia dos personajes con triple y doble rostro que podrían ser los copartícipes de la infidelidad amorosa, aunque todas estas especulaciones pueden resultar más fútiles y rocambolescas que orientadoras.
La joven busca refugio en lo que parece el pórtico de una iglesia poblado por viejas, tullidos y mendigos.
Ella parece forcejear como si hubiera sido raptada contra su voluntad, o bien se ha fugado con su amante y su desasosiego es una alegoría del desenfreno sexual.