En el siglo XX este enfoque inclusivo fue expresado en la condena del feeneyismo y en la declaración del Concilio Vaticano II según la cual “el plan de salvación incluye también a aquellos que reconocen al Creador”, aunque esta afirmación es ambigua y han surgido numerosas interpretaciones.
Vaticano II señaló también que la salvación está disponible también para quienes nunca han escuchado de Cristo (cf.
[2] El documento reserva la palabra “Iglesia” para cuerpos que han preservado “un episcopado válido y la genuina e integral substancia del misterio eucarístico”.
[3] El documento declara que, aunque la Iglesia cristiana es, por la voluntad de Dios, “el instrumento para la salvación de toda la humanidad”, estas creencias “no desmerecen el sincero respeto que la Iglesia tiene hacia las religiones del mundo”.
En respuesta a esas críticas, el Papa Juan Pablo II —quien personalmente avaló, ratificó y confirmó Dominus Iesus— enfatizó el 2 de octubre del mismo año que este documento no dice que los no-cristianos estuvieran impedidos de la salvación: “Esta confesión no niega la salvación a los no-cristianos, pero apunta a su fuente última en Cristo, en quien se han unido el hombre y Dios”.
En el documento, esa parte dice: “Creo en el Espíritu Santo… que procede del Padre”, o, en latín, “Credo in Spiritum Sanctum… qui ex Patre procedit”.
Habla de una unicidad en la tradición católica… pero no dice nada derogatorio’, señaló Panagiotou.