[1] Comenzó a gestarse desde el Chile Colonial mediante las misiones religiosas, instaladas en las provincias de Valdivia y Chiloé.
Este proceso alcanzó su mayor impacto durante el siglo XIX, cuando el Estado patrocinó la educación misional con el objetivo de incorporar a los mapuches al imaginario colectivo que se buscaba forjar, creando o retomando misiones en Arauco, Nacimiento, Santa Bárbara, Tucapel, Cunco, Panguipulli y Toltén, entre otras.
[3] La educación misional se enmarcó en la estrategia de evangelización llevada a cabo por los españoles que llegaron al territorio.
Durante este periodo, había dos congregaciones religiosas con presencia en la zona, los franciscanos y los jesuitas.
En 1786 se reabrió con la finalidad de formar sacerdotes araucanos, desde su apertura hasta su cierre en 1811 entregó educación secundaria a sesenta mapuches.
Existieron dos tipos de misiones en el sur, aquellas para indígenas cristianizados, quienes habitaban en territorio chileno y las para los denominados infieles, que vivían en tierras mapuche.
Los misioneros quedaron en una complicada situación, difiriendo con el Estado respecto a la violencia, el engaño y los derechos de los indígenas, adoptando así, una postura intermedia.
[1] Desde siempre la escuela misional se caracterizó por ser la única realmente enfocada en la población mapuche con una preocupación específica por la educación indígena, entendiendo sus particularidades culturales las cuales dificultaban la integración cultural de estos a la escuela chilena.
[1] Cabe destacar la labor de los capuchinos, quienes recibieron a los niños mapuches y los reconocieron como culturalmente distintos a los chilenos, abogando por una política educativa respetuosa, destacando sus métodos novedosos y la defensa del pueblo araucano.
Esta problemática explica su dificultad en la penetración y alcance de la enseñanza impartida en estas instituciones.