Dentro del concepto de sexismo ambivalente, este efecto reflejaría un sesgo emocional hacia el género femenino como un caso general.
La frase fue acuñada por Eagly y Mladinic (1994) después de encontrar que tanto los participantes masculinos como los femeninos de su experimento tendían a asignar rasgos mayormente positivos para el género femenino.
Los hombres también eran vistos de manera positiva, aunque no tanto.
Los sujetos, de la Universidad Purdue, en West Lafayette, Indiana, y la Universidad Rutgers, participaron en tareas computarizadas que medían actitudes automáticas basadas en la rapidez con que una persona categoriza atributos agradables o desagradables a cada género.
Ese estudio también encontró que esas personas favorecían en sus categorizaciones a sus madres por sobre sus padres y asociaban el sexo masculino con la violencia o la agresión.