El Adonis

Manuel José Quintana removió cielo y tierra a la busca de un traslado del poema.

“Por más esfuerzos que he empleado en buscar estas églogas, han escapado a todas mis diligencias, y si son tales como se dice, hacen mal los que las poseen en no enriquecer nuestra literatura con ellas”.

En la primera égloga cuentan cómo Adonis, en montería, encuentra a Venus dormida en una gruta.

Insertan a continuación una escena retrospectiva, en la que se narran las mocedades de Adonis.

Por doquier se encuentran “gongoremas”, de modo que una relación completa sería casi infinita.

Joaquín Arce ha tenido la paciencia de registrar los más significativos de ellos: “la del día luz dudosa”, el omnipresente sintagma “fatigar selvas”, el muy gongorino adjetivo “bipartido”, el recurrente “jabalí cerdoso”, las “selvas [...] de amores fatigadas” e incluso versos enteros o casi: “¡oh más duro que mármol a mis quejas!”, “flores daba a la luz, luz a las flores”, “el ave que, plumado torbellino”, “un arroyo que, en lúbrico desvío”.

La misma dedicatoria del poema sigue de cerca aquella con que el cordobés iniciaba sus octavas y la invectiva contra quienes primero surcaron el océano se encontraba ya en las Soledades.

Según parece, José Antonio Porcel pretendía que el verso “no hay amor en las selvas con ventura”, que se repite una y otra vez en el texto, era un compendio de la intención moral de las églogas.

Sin embargo, José María de Cossío cree “excesivo considerar esa sentencia como moralidad apreciable”.

Manuel José Quintana, según he indicado más arriba, quedó bastante decepcionado cuando por vez primera leyó el poema.

La voz de Góngora suena como en eco apagado, perdido su timbre, pero con virtud suficiente para distanciar la retórica de Porcel del prosaísmo que en oposición a los excesos barrocos empezaba a preludiar en nuestra poesía por aquellos días”.