El Greco es llamado a Sevilla para retratar al cardenal y gran inquisidor Don Fernando Niño de Guevara.
Pero con el cuadro no persigue aterrar ni sobresaltar, sino dejar que el Greco pinte la verdad, tal como Dios se lo ordene a través de la Verdad.
Quiere mostrar con ello qué aspecto tenía la Iglesia en la época: «¡se ha convertido en un fuego sangriento, eminencia!» („Sie ist ein blutiges Feuer geworden, Eminenz!“).
A la vez, el Greco está fascinado con el poder, en el que reconoce grandeza, tragedia y también el cumplimiento de la voluntad divina.
Así que pinta el cuadro en un estado de montaña rusa emocional, alternando entre el miedo y el valor encontrado.
Sin embargo, el Greco está a la vez fascinado por el poder, en el que reconoce la grandeza, la tragedia y el cumplimiento del destino decidido por Dios.
Andres rechaza la violencia del estado, pero debido a que la convierte en un acontecimiento de la naturaleza, constata su propia impotencia.