Ese día, en pleno verano, como premio por llevar a cabo todas las tareas asignadas, su padre le dio permiso para ir de pesca a probar su nueva caña al río Castle con la condición de no ir más allá del lugar donde el río se bifurcaba.
Al despertar descubre una abeja sobre su cara, lo cual lo aterra recordando la forma en que había fallecido su hermano.
Sin embargo, la abeja cae muerta cuando alguien detrás de él aplaude.
El hombre habla amistosamente al muchacho y, cuando se le acerca, Gary descubre muchas más anomalías: no resbala al caminar sobre el césped a pesar de usar zapatos urbanos de suela lisa, tampoco deja huellas por donde pasa, huele a azufre, sus dedos acaban en garras y la hierba muere cuando se acerca; al instante Gary comprende que se trata del diablo.
Al llegar a su casa comprueba que, tal como su padre le ha dicho, su madre está bien.
No tengo ninguna rolliza trucha de arroyo con que aplacarlo, aunque solo sea por unos instantes.