Sin embargo, el presidente intentó limar asperezas con los progresistas llamando al Ministerio de Hacienda a Juan Álvarez Mendizábal.
Ello conllevó una radicalización en las posturas liberales, sobre todo con medidas desamortizadoras contra la Iglesia.
Con ello pretendía aliviar la deuda del Estado y poder acceder al crédito internacional para financiar la guerra contra el carlismo.
Además, las disputas en torno a la reforma política aumentaron y con ocasión de la discusión sobre la reforma electoral y otras derrotas parlamentarias del Gobierno debido a la mayoría moderada, se planteó una cuestión de confianza.
Finalmente, la Reina con el Consejo de Ministros decidieron disolver las cámaras y convocar elecciones.