[10][11] La llamada pre-revolución francesa es otra cosa, pues entiende en los eventos que inmediatamente precedieron la Revolución Francesa (o sea los dos o tres años previos al inicio del proceso revolucionario), pero atendiendo a todo lo que pasó de sustantivo en ese período, se encuentren esas cosas relacionadas o no específicamente con el propio proceso revolucionario.
Pero esta aventura tuvo un costo económico enorme, lo que unido a la situación financiera ya muy comprometida de las arcas francesas, dejaba un panorama realmente desolador.
[9] Pero la necesidad de aumentar los ingresos del reino vía impuestos, colocaba al rey en una posición difícil frente a la nobleza.
[21] A pesar de la doctrina del Antiguo Régimen según la cual Francia era una monarquía absoluta, resultaba claro que el gobierno real no podía proceder a los cambios necesarios sin el acuerdo de la nobleza.
Este requerimiento se convirtió en tema de autores de panfletos, destacándose el escrito por el abate Emmanuel Joseph Sieyès que se titulaba Qu'est-ce que le tiers état?.
Claro, varias veces fue planteada esta cuestión económica, pues los curas buscaban una situación algo más favorable, pero el episcopado siempre se mantuvo en sus posiciones.
Los curas pensaron pues en aprovechar la convocatoria de los Estados Generales para nuevamente tratar este problema, y allí los privilegiados se encontraban en minoría, aun cuando se conservara el sistema de votación tradicional que no duplicaba el voto del «estado llano».
Y varias fueron las sociedades que comenzaron entonces a constituirse y formalizarse, como por ejemplo en Versalles, en abril de 1789, la llamada société des amis de la Constitution (que luego pasaría a ser el Club des Jacobins) así como la Société patriotique de 1789 (constituido con elementos moderados del Club breton).
Y cuando el 6 de mayo, Louis XVI y Charles Barentin se dirigieron a los diputados, los miembros del tercer estado descubrieron que el decreto real que supuestamente garantizaría la doble representación, era un engaño.
Jacques Necker tenía una mejor relación con el estado llano, pero en esta ocasión entendía que debía concentrarse únicamente en la situación fiscal, dejando a Charles Barentin tratar la cuestión sobre la manera que los Estados Generales debían funcionar.
Justamente, el ministro Jacques Necker compartió ideas y posibilidades en este sentido con los diputados del estado llano, pero él era un astuto financista pero no muy buen político, por lo que llegado determinado momento decidió dejar este problema en la indefinición.
Honoré Mirabeau, noble él mismo pero elegido para representar al tercer estado, trató sin éxito de reunir a los tres órdenes en un solo ámbito para comenzar las discusiones.
Al día siguiente, el abate Emmanuel-Joseph Sieyès (obviamente un miembro del clero pero que como Mirabeau había sido elegido para representar al estado llano) declaró que ese orden proseguiría la verificación de representantes, e invitó a los otros dos órdenes a participar con ellos, pero sin esperarlos.
Y en esa situación, los comunes tomaron una medida radical si se tiene en cuenta las circunstancias, pues votaron por constituirse en Asamblea Nacional, o sea, ya no una asamblea de un orden sino del pueblo.
[22] No bien constituida formalmente la Asamblea, inmediatamente comenzó a debatirse la cuestión de las finanzas.
La deuda pública fue consolidada, y los impuestos existentes fueron declarados ilegales, aunque provisoriamente reconducidos durante el ejercicio de la Asamblea, lo que en alguna medida restauró la confianza de los financistas y los impulsó a seguir las sesiones.
Pero el rey resolvió quedarse unos días en Marly, tomándose ese tiempo para mejor prepararse, y mientras tanto mandó cerrar la sala de reuniones para en ese ínterin impedir que las sesiones continuaran.
El rey concluyó su discurso dando la orden a todos de dispersarse, pero fue obedecido solo por los nobles y el clero, pues los comunes permanecieron sentados y en total silencio.
Y miembros del clero así como cuarenta y siete nobles, entre ellos el duque de Orléans, volvieron a las reuniones en la capilla Saint-Louis, quedando así muy cerca de los comunes.
El Palacio Real y sus alrededores, se volvieron lugar de encuentro casi continuo, y una muchedumbre asaltó la prisión de Abbaye para liberar a algunos granaderos de las tropas francesas, que habían sido encarcelados pues en su momento habían rehusado abrir fuego contra el pueblo.
Un regimiento de la guardia francesa, favorable a la causa popular, en ese momento quedó firme en sus posiciones, dejando hacer.
Pero la desconfianza entre los consejeros que entonces llegaron a ese lugar, debido a la muchedumbre que les rodeaba y el desorden, se agravó por la incapacidad de la municipalidad para dar armas al pueblo parisino.