Muchas de estas especies son invasoras y representan una amenaza para los ecosistemas.
Debido al valor instrumental y cultural que se le otorga a estas especies, una mayor conciencia, investigación y políticas son pasos necesarios para resolver los problemas de las especies no nativas en América del Sur.
[1][2] En el año 1946 fueron introducidos un total de 20 castores en la desembocadura del Río Claro al lago Khami (Fagnano).
Es una especie categorizada altamente dañina, además de tener una expansión sostenida entre 3 y 6 kilómetros por año, distribuyéndose en prácticamente toda de la isla, estimando que actualmente hay una población superior a 60.000 castores y al menos 13.000 colonias en el territorio chileno.
La liebre es considerada una plaga en algunas zonas; es más probable que dañe los cultivos y los árboles jóvenes en invierno cuando no hay suficientes alimentos alternativos disponibles.
La crianza de Chital se lleva a cabo durante todo el año, con picos que varían geográficamente.
Años después otros animales que habían alojado en la finca como elefantes, jirafas o rinocerontes habían muerto, desaparecido o trasladados a zoos, pero los hipopótamos se reprodujeron y algunos escaparon de la hacienda.
[11] Aunque existen iniciativas comunitarias locales que aprovechan su presencia para promover el turismo,[12] el hipopótamo está considerado como una especie invasora fuera de África y puede representar riesgos económicos y ecológicos al competir por los mismos recursos con especies de la fauna silvestre nativa y afectar a la flora local alterando el hábitat y perturbando los procesos ecosistémicos, además de ser potenciales diseminadores de enfermedades exóticas, por lo que se han propuesto diversas medidas para su erradicación, en vista del importante desequilibrio ecológico que está ocasionando al país.
[17] Por ejemplo, el caracol terrestre africano gigante se introdujo en Brasil en la década de 1980 como una alternativa al cultivo de caracoles, ya que la especie crece más rápido y es más prolífica.