Esperanza Guisán

Al acabar estos estudios, ingresó en una fábrica de tejidos como auxiliar administrativa, aunque siguió manteniendo sus aficiones literarias y musicales.

[2]​ Durante su estancia en Valencia, fue perfilando su vocación hacia los estudios de la ética, que cristalizaron con una tesinaː Necesidad de una crítica de la razón pura práctica [4]​ y una tesis doctoral (1976) -para cuya redacción obtuvo una Beca la Fundación Juan March, que le permitió dejar la docencia privada y dedicarse por entero a los estudios- que dio origen a dos publicaciones posteriores: Los presupuestos de la falacia naturalista (1981) y Cómo ser un buen empirista (1985).

Su pensamiento le llevó a la defensa de una ética laica, que entroncase con la felicidad, la justicia y el bienestar.

[8]​ Consiguió así que emergiera una red de personas seguidoras e interesadas en continuar esa labor.

Pensaba que la educación cambiaría las cosas, pero según la catedrática, el problema reside cuando se da instrucción o adoctrinamiento, pero no se educa en desarrollar la mente y la capacidad de pensar y de sentir solidariamente.

[12]​ Todo ello, en conjunto, es necesario para alcanzar el areté concepto griego (Hipias de Élide → capacitación para pensar, para hablar y para obrar con éxito).

La excelencia política lo que para Esperanza Guisán sería la ciudadanía, implica un conjunto de cualidades cívicas, morales e intelectuales.

Se deja que cada persona exprese su opinión reclamando atención a sus intereses propios y a sus placeres inmediatos, cuando la democracia se concibió pensando en la mayor felicidad del mayor número.

Para Esperanza Guisán, la democracia moral sería exigible desde un punto de vista ético.

[14]​ En el año 2010 se le rindió homenaje en el Seminiario Internacional Razón y pasiones en el utilitarismo.