Habiendo así, a fuerza de beneficios, recobrado la afección de la que gozaba antes, continuó gobernando sus asuntos según las leyes establecidas, y se atrajo por sus cualidades personales una admiración poco común.
Eumelo limpió el mar de piratas, y protegió la navegación del Ponto Euxino.
También los comerciantes se beneficiaron de esta guerra, haciendo en casi todos las contratos los más grandes elogios del rey Eumelo.
Finalmente, emprendió la tarea de poner bajo su autoridad todos los pueblos del Ponto, y habría conseguido tal vez su empresa, si la muerte no le hubiera sorprendido en medio de sus proyectos.
Mientras regresaba a su palacio desde Sindice, acuciado por ofrecer a los dioses un sacrificio, montado sobre un carro de cuatro caballos con cuatro ruedas y un dosel, ocurrió que los caballos se encabritaron y se llevaron el carro con ellos y como el auriga no podía manejar las riendas, el rey intentó saltar por miedo a que se precipitasen por los barrancos, pero quedó su espada enganchada en la rueda y arrastrado por la marcha del caro murió en el acto.