Aumentó la fecundidad, disminuyó ligeramente la mortalidad (especialmente la catastrófica) y la emigración fue muy reducida, debido a la independencia de las colonias americanas.
En la segunda mitad del siglo XIX, la población española creció a un ritmo mucho más lento que el europeo, debido a una mortalidad aún elevada y unas corrientes emigratorias importantes.
La mortalidad disminuyó enormemente en los primeros 60 años del siglo, con lo que aunque la fecundidad disminuyó durante todo el siglo, el crecimiento vegetativo fue considerable, y fue capaz de compensar con creces una emigración importante durante casi todo el periodo 1900-1970.
En los años 1990 se dio una ligera alza demográfica, acentuada durante los primeros años del siglo XXI, debido a la inmigración extranjera, elevando la población hasta los 46 815 916 habitantes que recoge el censo de población del año 2011.
El censo de Floridablanca (ejecutado en 1787) dio un resultado más satisfactorio y se lo suele considerar como bastante fiable.
Con la división territorial se realiza también un censo que da una población de 12 286 941 habitantes.
Un año después se realiza una nueva imputación, dando entonces la cifra de 12 338 283 habitantes, un valor que Madoz consideró muy inferior al real..
Sin embargo no pudo realizarse debido a los costes que estaban suponiendo las guerras carlistas.
[3] Esta matrícula no fue estrictamente un censo, pero si fue la primera recogida de datos municipales realizada en España.
[4] No obstante, Pascual Madoz, aunque conocía esta limitación, consideró que merecía ser utilizada en la confección de su Diccionario geográfico-estadístico-histórico.
La inestabilidad política y las guerras carlistas también supusieron un freno al crecimiento humano.
Pese a haber disminuido notablemente, la mortalidad española era, tanto en 1850 como en 1900, más elevada que en los países vecinos.
La enorme desventaja de 11 ‰ sólo hubiese podido ser compensada por una inmigración supletoria o por una natalidad extraordinaria, casos que no se dieron.
Entre 1853 y 1903, la legislación española pasó de ser abiertamente antiemigratoria al extremo contrario.
La corriente emigratoria máxima se tuvo así a principios del siglo XX.
La siguiente fuente se basa en una enorme y fiable cantidad de datos para todo el período.
Las proporciones de supervivencia en todas las edades, que se mantuvieron más o menos estacionarias entre 1860 y 1900, empiezan a aumentar desde la última fecha.
Llegada esta ocasión, cuajó la tendencia, que ya habían manifestado las principales naciones occidentales, a limitar voluntariamente el número de hijos en la familia.
A nivel regional, la natalidad en la industrializada Cataluña había empezado a disminuir con anterioridad al resto de España (aunque no en el también industrializado País Vasco, seguramente debido al mayor peso del catolicismo en esta región), mientras que Canarias presentaba un régimen demográfico peculiar, con una natalidad que superaba ampliamente a la peninsular hasta los años 1980.
La gran corriente emigratoria del campo a la ciudad era, hasta la I Guerra Mundial, de volumen pequeño.
Los movimientos migratorios hacia Francia existieron ya durante el siglo XIX, con especial importancia de los refugiados políticos.
El éxodo republicano español adquirió caracteres masivos durante el primer semestre de 1939, al consumarse la victoria franquista.
[14][16] Estas estimaciones, aún en 2009, estaban sometidas a revisión; aunque las víctimas producidas por el bando republicano fueron bien identificadas, las producidas por los sublevados, habiendo sido ignoradas durante el franquismo, hoy existen dificultades para cuantificarlas e identificarlas.
«Las investigaciones realizadas hasta la fecha demuestran que un alto porcentaje de desaparecidos no consta en registro alguno».
Como la mortalidad en los primeros años de vida se había reducido considerablemente con respecto a épocas anteriores, esto se tradujo en un aumento notable de la población joven, provocando el fenómeno del baby boom.
La emigración hacia Europa Occidental se hizo masiva, y estuvo formada principalmente por campesinos poco cualificados.
Con un fuerte grado de masculinidad y una concentración en las edades más vitales (entre 15 y 55 años), los emigrantes solían permanecer un tiempo corto, en torno a los tres años, de permanencia en el extranjero; salvo una parte de los que se encaminaron a Francia, esta emigración no constituyó en términos generales un transvase demográfico definitivo.
Con este éxodo rural, la sociedad española se urbanizó definitivamente, asimilándose a la de los demás países desarrollados.
Así, el periodo 1950-1981 fue una época de grandes descompensaciones regionales, sin precedentes en la historia demográfica española.
Además, en general (salvo para Andalucía), las zonas de emigración eran las zonas menos densamente pobladas, con lo que las diferencias en la distribución de la población se exacerbaron aún más entre el interior, despoblado (calificado gráficamente como el "desierto central" por Jordi Nadal), y las zonas costeras y Madrid, con densidades de población extremadamente más elevadas.